Por Daniela Cea
Alumna Magister en Hábitat Residencial.
Columna escrita en el marco del Proyecto Fondecyt 1150770 y PIA SOC 1404

Entre los meses de enero y marzo de este año cinco mega-incendios forestales arrasaron con territorios rurales y urbanos de las regiones sexta, séptima y octava. Devastaron extensas superficies de plantaciones forestales, riquísimas zonas de vegetación nativa, terrenos de pequeños agricultores y ganaderos, infraestructuras, diversos espacios de trabajo y asentamientos humanos completos. En suma, los incendios destruyeron espacios cotidianos que eran importantes y significativos para sus habitantes. Instituciones y movimientos civiles se activaron con rapidez para ayudar a las víctimas. Luego de la contingencia, como siempre sucede luego de cualquier desastre socio-natural en Chile, se habló de la imperiosa necesidad de la reconstrucción.

Sin desconocer la necesidad que tienen las víctimas por querer levantarse y recomenzar, cabe indicar que las características de la reconstrucción que se practica en nuestro país, vuelven difícil generar espacios de reflexión sobre la catástrofe. Por el contrario, el tipo de reconstrucción al que nos hemos habituado instaura una cultura del olvido. Cultura compuesta por diferentes mecanismos sociales que influyen en la manera en que se realiza el proceso de reconstrucción en Chile con el objetivo de borrar todo tipo de historial de desastres socionaturales en el territorio. Esta cultura ha presumido que la única manera de superación sicológica y social consiste en que rápidamente se vuelva al estado previo al acontecimiento devastador, es decir a un supuesto estado de “normalidad”.

Esta cultura del olvido ha influido en que se instale un tipo de reconstrucción ansioso por borrar rápidamente todo tipo de recuerdo, rastro o huella del desastre. Lo que se traduce en que cuanto más veloz sea la reconstrucción, mejor se evaluará el trabajo, aunque esa velocidad sea completamente inadecuada con los procesos de reflexión que son necesarios para que una comunidad golpeada por el desastre logre recomponer su capacidad de organización y se reinstale en su territorio.

Esta velocidad se incrementa con la ansiedad política que se vive a meses del cierre de las cuentas públicas de Gobierno, ya que la reconstrucción post-incendio se ha convertido en una posibilidad concreta para conseguir ganancias electorales para el gobierno de turno.

Otra característica de la reconstrucción en Chile ha sido actuar en función de la urgencia del momento. No prever, ni prevenir, ni planificar. Sólo actuar sobre la marcha, inyectando recursos en función de la magnitud y la gravedad. Lo que instala la pregunta sobre si existe la real voluntad política de que estos hechos no se repitan.
Es que la manera en que se ha llevado a cabo la reconstrucción en Chile se ha convertido en una herramienta política y social para alimentar la cultura del olvido. Una cultura que obliga a suprimir el recuerdo doloroso, a borrar en el territorio todo rastro de fracaso y que nos ha lleva una y otra vez a cometer los mismos errores.

En el plano de las intervenciones sobre el territorio, este borrón y cuenta nueva ha sido nefasto. Si bien es apremiante la situación que viven los habitantes afectados por los incendios forestales, debiésemos preguntarnos qué tanto de esa urgencia por reconstruir nos impide mirar y reflexionar sobre el tipo de desarrollo territorial que se está llevando a cabo. Es tan alta la urgencia de los gobiernos por ser ellos quienes corten la cinta inaugural de las nuevas viviendas, que no solo la calidad de lo construido es cuestionable, sino que no queda espacio para ningún proceso reflexivo que permita aprender de la experiencia.

La sociedad construye el riesgo y los discursos que circulan después de la catástrofe lo refuerzan. La histeria mediática por la reconstrucción, más aún a meses del término de un gobierno, han convertido a la reconstrucción de un desastre socioambiental en un negocio rentable para la industria de la construcción, un hálito de vida para las fundaciones y ONG´s y una oportunidad electoral para los gobiernos de turno.

No obstante, a las personas que han vivido en carne propia la tragedia, y a todos quienes viven una situación de riesgo, no solo se les debe garantizar que tendrán la posibilidad de reconstruir materialmente su territorio, sino que se les debe asegurar que no se repetirá, que se aprenderá de los errores, para así romper con una cultura del olvido que es propicia a la reiteración de la negligencia, de la desconsideración y del despilfarro.

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